Ciudad de calles estrechas, de bicis sin carril, de edificios con clase, de plazas concurridas. Ciudad de estudiant@s, de optativas en los bares, de lunes en cama, de martes sin prisa... de fin de semana eterno. Ciudad humilde, de calor en los barrios, de vecinos ruidosos, de pisos de alquiler, de paseos sin rumbo, de museo cerrado, de frío en invierno...
Ciudad que merece ser caminada, de norte a sur y de este a oeste: de Vidal a San José, y de Garrido a facultades... Donde los barrios nuevos de urbanizaciones impersonales orientan sus balcones hacia el centro. Desde allí siempre surge la catedral vestida de ornamentos, nidos y ventanales.
Ahora, aquí, en la ciudad del Turia no alcanzo a ver su torre. Solo me queda el recuerdo del lugar que me acogió durante dos inviernos y cuatro primaveras de días compartidos...
Siempre habrá tiempo para volver y recorrer sus calles con lápiz en mano y descanso en Anaya. Con tiempo para llenar mi cuaderno de sensaciones color piedra de Villamayor, o con los rostros de gente desconocida que llega para estudiar un nuevo curso.
Hasta pronto.