Búscate la vida


Cuando dejas de ser estudiante, comienzas a tener respuesta a todas esas preguntas que ningún profesor te quiso aclarar. Uno deja atrás esa rutina que supone estar disfrutando de una beca de estudios para poder acudir a clase diariamente, pagar un alquiler y permitirse algún que otro capricho mensual. Terminas de estudiar y tienes unos cuantos papeles en los que pone “título”, “diploma”, “certificado”… Compras una carpeta enorme y metes dentro esos papeles pensando que los vas a tener que enseñar muchas veces. Después, cuando te sientes débil, desalentado ante, por ejemplo, la situación laboral de hoy en nuestro país, los vuelves a sacar: Les echas un vistazo e intentas convencerte de que eres alguien. Pasado un rato, los vuelves a guardar rápidamente en la carpeta para evitar la tentación de hacer una pequeña hoguera con ellos.


Tras finalizar carreras como la mía tienes muchas opciones laborales, según se comenta. En realidad se pueden agrupar en dos: La primera consiste en optar por trabajar para el estado después de haber superado las pruebas pertinentes que te capacitan para ser funcionario. La segunda opción consiste en seguir el camino de “búscate la vida”: Yo he elegido esta última. Se supone que aquí uno tiene que molestarse en buscar un trabajo acorde con su preparación académica. Si no se encuentra ese trabajo, la otra opción es buscar algo que normalmente no tiene nada que ver con lo que te gustaría realmente hacer. De forma paralela si, como en mi caso, lo tuyo es dibujar, no te quedará más remedio que invertir horas de tu tiempo libre en seguir dedicándote a ello. Siempre tendrás la esperanza de que algún día ese será el trabajo que te permita comer. Si ni siquiera confías en esa posibilidad, déjalo, estarás perdiendo el tiempo. La cosa se complica cuando no encuentras ni siquiera un trabajo, de esos que no te gustan, de los que aceptas solo como condición de que va a ser algo temporal. Sales a la calle con una pila de currículums bajo el brazo y te recorres media ciudad en busca de tu objetivo. Algunos comerciantes te dan la posibilidad de conversar con ellos además de recoger tu testimonio laboral impreso: ¡La cosa está muy mal! dicen, ¡vete a este o a ese otro lugar, que están reclutando gente y puedes tener suerte!. Una sonrisa se dibuja en tu cara, les haces caso y acudes. Una vez allí, lo primero que te pueden preguntar es: ¿Tienes carné de manipulador?, por ejemplo. Si no lo tienes deberías sacártelo porque es requisito indispensable para entrar aquí. Piensas: ¡Otro certificado para guardar en mi carpeta!, ¡otro trabajo para el que tendré que invertir dinero antes de ponerme a trabajar!, eso si después de sacarme el carné siguen teniendo ganas de contratarme. También puede darse el caso de que te timen, pagues el curso y luego te proporcionen un certificado falso. No es nada raro, a mí me ocurrió esto mismo después de superar las pruebas para obtener el certificado de monitor de natación. Aún así, el certificado falso o verdadero tienes que tenerlo. Vivimos en la época de los “títulos”, en su mayoría “absurdos”, y es de rigor tener una surtida colección de ellos para decorar tu enorme carpeta.





¡Cuanto esfuerzo para conseguir un trabajo mediocre!, después de haber estudiado una carrera, y un master, y un no se qué de manipulador… en fin, resulta que ni con esas consigues el trabajo. La cosa adquiere un cariz de lo más preocupante. Te resignas y vuelves a tu casa, te sientas ante la mesa de dibujo y tratas de olvidar todo eso. Comienzas a ser tú mismo de nuevo: Siempre hay y habrá una hoja en blanco que rellenar con algo auténtico de veras, siempre habrá una canción que escuchar mientras lo haces, mientras te concentras en lo que realmente importa… Mañana será otro día.